Este artículo ha sido extraído del número de abril de 2011 de la revista Wired. Sea el primero en leer los artículos de Wired en versión impresa antes de que se publiquen en línea, y consiga un montón de contenido adicional suscribiéndose en línea.
La burundanga es una droga que da miedo. Según noticias de Ecuador, lo último que recordaba un automovilista, tras despertarse sin su coche y sus pertenencias, era que se le habían acercado dos mujeres; en Venezuela, una chica volvió en sí en el hospital para descubrir que había sido secuestrada y agredida sexualmente; en Colombia, los clientes de un vendedor ambulante fueron asaltados después de comer su comida con clavos. Cada uno de ellos había sido dopado con burundanga, un extracto de la planta brugmansia que contiene altos niveles de escopolamina, una sustancia química psicoactiva.
No se conoce la magnitud del problema en América Latina, pero un estudio reciente sobre los ingresos en los hospitales de urgencias de Bogotá, Colombia, descubrió que alrededor del 70% de los pacientes drogados con burundanga también habían sido robados, y alrededor del 3% agredidos sexualmente. «Los síntomas más comunes son la confusión y la amnesia», afirma Juliana Gómez, psiquiatra colombiana que trata a las víctimas de la burundanga. «Hace que las víctimas estén desorientadas y sedadas para que puedan ser robadas fácilmente». Las pruebas médicas lo verifican, pero las noticias aluden a otro efecto más siniestro: que la droga elimina el libre albedrío, convirtiendo a las víctimas en marionetas humanas sugestionables. Aunque la neurociencia no lo entiende del todo, el libre albedrío se considera una capacidad neurológica muy compleja y una de las características humanas más apreciadas. Evidentemente, si una droga puede eliminarlo, pone de manifiesto una vulnerabilidad muy marcada en el núcleo de nuestra especie.
La ciencia médica aún no ha establecido si la droga afecta a nuestra autonomía, pero se sabe que la escopolamina afecta a la memoria y hace que las personas sean más pasivas. La neurocientífica Renate Thienel, de la Universidad de Newcastle (Australia), ha estudiado sus efectos en tareas de resolución de problemas y de memoria durante escáneres cerebrales. Observa que «la escopolamina tiene un efecto selectivo sobre la memoria, aunque otras funciones mentales, como la planificación y la manipulación de la información, no se ven afectadas». Esto sugiere que las víctimas siguen siendo ágiles desde el punto de vista cognitivo pero incapaces de retener la información.
La clave parece estar en que la escopolamina bloquea la acetilcolina, un neurotransmisor esencial para la memoria. Los escáneres también revelan que el fármaco afecta a la amígdala, una zona del cerebro que controla la agresividad y la ansiedad. Esto explicaría el efecto pacificador de la escopolamina. Las pruebas también sugieren que las víctimas tienden a estar confusas y pasivas en lugar de ser incapaces de resistirse a las órdenes. Sin embargo, hasta que no se investigue a fondo el papel de la escopolamina en la química del libre albedrío, sólo podemos especular con que el submundo criminal ha tropezado involuntariamente con uno de los mayores descubrimientos de la neurociencia del siglo XXI.