A menudo se ha culpado a Fidel Castro del estado de la economía cubana, pero el prolongado embargo estadounidense y la cuestión de lo que constituye un verdadero éxito económico hacen que la cuestión sea mucho más compleja que eso, argumenta Helen Yaffe.
Además de su descripción como «dictador brutal», las reflexiones negativas sobre Fidel Castro desde su muerte en noviembre de 2016 se han centrado en su «mala gestión» de la economía cubana y los consiguientes «extremos de pobreza» que sufren los cubanos de a pie.
Esta caricatura es problemática – no sólo porque ignora el devastador impacto económico del embargo de Estados Unidos durante 55 años, sino también porque se basa en supuestos económicos neoclásicos. Esto significa que, al hacer hincapié en la política económica por encima de las restricciones económicas, los críticos pueden trasladar la responsabilidad de la supuesta pobreza de Cuba a Castro sin implicar a las sucesivas administraciones estadounidenses que han impuesto el asfixiante embargo.
Este enfoque también ignora cuestiones clave sobre Cuba después de la revolución. ¿De dónde pueden obtener los países de ingresos medios y bajos el capital necesario para invertir en infraestructuras y bienestar? ¿Cómo puede obtenerse capital extranjero en condiciones que no obstruyan dicho desarrollo, y cómo puede un país de desarrollo tardío como Cuba utilizar el comercio internacional para producir un superávit en una economía global que – muchos afirman – tiende a la «desigualdad de términos de intercambio»?
Fue la búsqueda de soluciones al desafío del desarrollo lo que llevó al gobierno revolucionario de Cuba a adoptar un sistema socialista. Adoptaron una economía de planificación centralizada en la que predominaba la propiedad estatal porque percibían que este sistema ofrecía la mejor respuesta a esos desafíos históricos.
Pero el compromiso de operar dentro de un marco socialista implicaba restricciones y complicaciones adicionales, particularmente en el contexto de un mundo bipolar. Mi libro, Che Guevara: The Economics of Revolution, examina las contradicciones y los retos a los que se enfrentaba el naciente gobierno revolucionario desde la perspectiva del papel de Guevara como presidente del Banco Nacional y ministro de industrias.
La literatura sobre Cuba está dominada por la «cubanología», una escuela académica central en la oposición política e ideológica al socialismo cubano. Su aparición y sus vínculos con el gobierno estadounidense están bien documentados. Sus argumentos son que la revolución lo cambió todo en Cuba, y que Fidel (y luego Raúl) Castro han dominado personalmente la política interior y exterior desde entonces, negando la democracia cubana y reprimiendo a la sociedad civil. Gracias a su mala gestión de la economía, el crecimiento desde 1959 ha sido insignificante. Simplemente sustituyeron la dependencia de EE.UU. por la de la URSS hasta su colapso en 1990.
Estas ideas también han configurado el discurso político y mediático sobre Cuba. Pero el problema de este análisis es que obstruye nuestra capacidad de ver con claridad lo que ocurre en Cuba o de explicar la resistencia de la revolución y la vitalidad de la sociedad cubana.
¿Qué heredó Castro?
Los argumentos sobre el éxito o el fracaso de la economía posterior a 1959 suelen depender del estado de la economía cubana en la década de 1950. El gobierno posterior a 1959 heredó una economía dominada por el azúcar con las profundas cicatrices socioeconómicas y raciales de la esclavitud. El cubanólogo Jaime Suchlicki sostiene que la Cuba de Batista estaba «bien metida en lo que Walter Rostow ha caracterizado como la etapa de despegue», mientras que Fred Judson señala las debilidades estructurales de la economía cubana: «Las crisis a largo plazo caracterizaban la economía, que tenía una prosperidad superficial y transitoria». Así, mientras un bando insiste en que la revolución interrumpió el sano crecimiento capitalista, el otro cree que fue una condición previa para resolver las contradicciones que obstruían el desarrollo, poniendo fin al sometimiento de Cuba a las necesidades del capitalismo estadounidense.
Después de la revolución, Castro se propuso llevar el bienestar social y la reforma agraria al pueblo cubano y confiscar las ganancias mal habidas de la élite cubana. Pero cuando el derrotado Fulgencio Batista y sus socios huyeron de Cuba, robaron millones de pesos del Banco Nacional y del Tesoro. El país se descapitalizó, limitando gravemente la capacidad de gasto público y de inversión privada. Los cubanos ricos abandonaban la isla, llevándose sus depósitos e impuestos. ¿Cómo iba a llevar a cabo el nuevo gobierno las ambiciosas reformas socioeconómicas sin recursos financieros?
Tenemos que considerar estas circunstancias reales en cada coyuntura. Por ejemplo, cuando se aplicó por primera vez el embargo de EE.UU., el 95% de los bienes de capital de Cuba y el 100% de sus piezas de repuesto se importaban de EE.UU., y este país era el principal receptor de las exportaciones cubanas. Cuando el bloque soviético se desintegró, Cuba perdió el 85% de su comercio y sus inversiones, lo que provocó una caída del 35% del PIB. Estos acontecimientos limitaron seriamente el margen de maniobra económico de Cuba.
Ponerle precio a la pobreza
Por otra parte, deberíamos preguntarnos: ¿cómo debemos medir la pobreza de Cuba? ¿Es el PIB per cápita? ¿Es el ingreso monetario por día? ¿Debemos aplicar las varas de medir de la economía capitalista, centrándonos en las estadísticas de crecimiento y productividad para medir el «éxito» o el «fracaso», prestando poca atención a las prioridades sociales y políticas?
Incluso teniendo en cuenta su bajo PIB per cápita, el Índice de Desarrollo Humano (IDH) sitúa a Cuba en la categoría de «desarrollo humano alto»; destaca no sólo en salud y educación, sino también en participación de la mujer e inclusión política. Cuba ha eliminado la desnutrición infantil. Ningún niño duerme en la calle. De hecho, no hay personas sin hogar. Incluso durante los hambrientos años de crisis económica de la década de 1990, los cubanos no pasaron hambre. Cuba se aferró a la economía planificada, y ésta les permitió racionar sus escasos recursos.
Sí, los salarios son extremadamente bajos (como han lamentado tanto Fidel como Raúl) – pero los salarios de los cubanos no determinan su nivel de vida. Alrededor del 85% de los cubanos son propietarios de sus viviendas y el alquiler no puede superar el 4% de los ingresos del inquilino. El Estado proporciona una cesta de alimentos (muy) básica, mientras que las facturas de los servicios públicos, el transporte y los medicamentos se mantienen bajos. La ópera, el cine, el ballet, etc. son baratos para todos. La educación y la sanidad de alta calidad son gratuitas. Forman parte de la riqueza material de Cuba y no deben descartarse, como si el consumo individual de bienes de consumo fuera la única medida del éxito económico.
Operación milagro
Los retos específicos y reales a los que se ha enfrentado el desarrollo cubano han generado contradicciones únicas. En una economía planificada, con un presupuesto extremadamente ajustado, han tenido que priorizar: las infraestructuras se desmoronan y, sin embargo, tienen indicadores de desarrollo humano del primer mundo. Las tasas de mortalidad infantil revelan mucho sobre el nivel de vida, al estar influidas por múltiples factores socioeconómicos y médicos. La tasa de mortalidad infantil de Cuba es de 4,5 por cada 1.000 nacidos vivos, lo que la sitúa entre los países del primer mundo, y por encima de Estados Unidos en la propia clasificación de la CIA.
No sólo los cubanos se han beneficiado de estas inversiones. Decenas de miles de médicos, educadores y otros cooperantes cubanos han prestado sus servicios en todo el mundo. En la actualidad, unos 37.000 médicos y enfermeros cubanos trabajan en 77 países. Generan divisas por valor de unos 8.000 millones de dólares al año, la mayor exportación de Cuba.
Además, Cuba proporciona tratamiento médico y formación médica gratuitos a miles de extranjeros cada año. Como iniciativa directa de Fidel, en 1999 se inauguró en La Habana la Escuela Latinoamericana de Medicina para ofrecer a los estudiantes extranjeros de países pobres seis años de formación y alojamiento totalmente gratuitos. En 2004, Cuba se asoció con Venezuela para ofrecer cirugía ocular gratuita a personas de tres docenas de países en el marco de la Operación Milagro. En los primeros diez años, más de 3 millones de personas recuperaron la vista.
Prohibiendo incluso el comercio de medicamentos, el embargo estadounidense llevó a Castro a priorizar las inversiones en ciencias médicas. En la actualidad, Cuba posee unas 900 patentes y comercializa productos farmacéuticos y vacunas en 40 países, generando unos ingresos anuales de 300 millones de dólares, con un potencial de expansión masiva. El sector produce más del 70% de los medicamentos que consumen sus 11 millones de habitantes. Toda la industria es estatal, los programas de investigación responden a las necesidades de la población y todos los excedentes se reinvierten en el sector. Sin la planificación y la inversión del Estado es improbable que esto se hubiera logrado en un país pobre.
A mediados de la década de 1980, Cuba desarrolló la primera vacuna contra la meningitis B del mundo. Hoy, es líder en medicamentos oncológicos. En 2012 Cuba patentó la primera vacuna terapéutica contra el cáncer. El embargo de Estados Unidos obliga a Cuba a abastecerse de medicamentos, dispositivos médicos y productos radiológicos fuera de Estados Unidos, incurriendo en gastos adicionales de transporte.
Economía compartida
El presidente de Ecuador, Rafael Correa, me dijo en 2009:
Un gran ejemplo que da Cuba es que en su pobreza ha sabido compartir, con todos sus programas internacionales. Cuba es el país con mayor cooperación en relación a su producto interior bruto y es un ejemplo para todos nosotros. Esto no quiere decir que Cuba no tenga grandes problemas, pero también es cierto que es imposible juzgar el éxito o el fracaso del modelo cubano sin tener en cuenta el bloqueo estadounidense, un bloqueo que ha durado 50 años. Ecuador no sobreviviría ni cinco meses con ese bloqueo.
Consideremos el embargo: el gobierno cubano estima que le ha costado a la isla 753.690 millones de dólares. Su informe anual a las Naciones Unidas ofrece una relación detallada de ese cálculo. Eso es mucho para un país cuyo PIB medio entre 1970 y 2014 se ha calculado en 31.700 millones de dólares.
Sí, Castro presidió errores y equivocaciones en la economía planificada de Cuba. Sí, hay burocracia, baja productividad, crisis de liquidez, endeudamiento y otros numerosos problemas, pero ¿dónde no los hay? Castro señaló estas debilidades en sus propios discursos al pueblo cubano. Pero el Presidente Correa tiene razón – para juzgar objetivamente el legado de Castro, el desarrollo cubano y las reformas contemporáneas hoy, no podemos pretender que el bloqueo de EE.UU. – que permanece hoy a pesar del acercamiento – no ha moldeado la economía cubana.
Castro casi vio salir a 11 presidentes de EE.UU. desde 1959, pero nunca vivió para ver el fin del embargo de EE.UU. Cuba se enfrenta a nuevos retos, con las reformas económicas en marcha y el restablecimiento de las relaciones con Estados Unidos. El siguiente paso, incluso para mí personalmente, es evaluar la resistencia de la revolución cubana en esta era post-Castro y Donald Trump.