He dicho que el mensaje de «Dutchman» sigue siendo el mismo que en el escenario, pero aquí también hay cierta confusión. La acción se desarrolla íntegramente dentro de un vagón de metro. Un joven negro (Al Freeman Jr.) viaja solo. Una rubia sexy (Shirley Knight) sube al tren y comienza a hacer insinuaciones dolorosamente groseras al negro.
Él se contiene al principio, pero sus defensas acaban cayendo y se une al juego. Entonces se retira y comienza a burlarse de él. Al final queda claro que lo suyo no es una seducción sino una tortura: la mujer blanca está jugando un juego sádico con la psique del negro.
Cuando él se da cuenta de esto, contraataca, tanto contra ella como contra los demás que han subido al vagón. Parece haber obtenido una victoria temporal justo cuando ella lo apuñala hasta la muerte. Los demás en el coche no hacen nada.
Ahora bien, ¿qué está diciendo Jones? Parece un ataque general al trato de los blancos a los negros, en el que la sexualidad es el arma más cruel. Pero, ¿lo es?
La historia y el diálogo se asemejan a los temas familiares de varios dramaturgos homosexuales (blancos), que enfrentan una y otra vez a mujeres carnívoras contra hombres éticos e indefensos. Esta impresión se ve reforzada por las interpretaciones de la señorita Knight, que es muy contundente, y de Freeman, que es esencialmente débil, incluso en su diatriba. Es difícil decir si este tema se ha enredado con el conflicto entre blancos y negros en la obra de Jones, pero las interpretaciones y la dirección parecen sugerirlo.
Unas palabras sobre la interpretación de la señorita Knight, que ganó un premio en Cannes: es soberbia. Interpreta a la rubia zorra con tal habilidad que se convierte en una de las mejores interpretaciones de una actriz que se recuerdan.