En el año 1929, el bioquímico danés Henrik Dam comenzó a estudiar el papel que jugaba el colesterol en el metabolismo de una selección de pollos mediante la aplicación de una dieta exenta de grasas. Tras varias semanas, Dam comprobó que aunque las aves efectivamente podían sintetizar el colesterol, algunas sufrían hemorragias internas de forma espontánea e inexplicable. Pensó que la solución estaba en la modificación de la alimentación, de modo que introdujo en su dieta otras vitaminas por entonces ya conocidas, como la A y la D. Sin embargo, no tuvo éxito con su decisión, así que continuó experimentando con la introducción de otros aditivos y alimentos, hasta que finalmente comprobó que los sangrados cesaban gracias a un extracto de alfalfa. Así es como surgió la vitamina K, cuya denominación deriva del danés ‘koagulation’.
¿Para qué sirve?
A día de hoy, la estructura, las funciones y la síntesis de la vitamina K están completamente identificadas. Sabemos que juega un papel determinante en los procesos de coagulación de la sangre, de ahí que popularmente se la denomine la ‘vitamina de la coagulación’ o la ‘vitamina antihemorrágica’. La razón es que interviene en la síntesis de las sustancias claves para el proceso de coagulación o cascada de coagulación, como son el fibrinógeno, la trombina y la protrombina. Un descubrimiento sumamente relevante, en tanto que ejerce de elemento decisivo en los procesos quirúrgicos, reduciendo el riesgo de hemorragia y, por tanto, de mortalidad. Igualmente es fundamental para la vida de los neonatos, pues nacen con deficiencia de esta vitamina, de ahí que se la inyecten nada más venir al mundo.
Sin embargo, se sigue estudiando el papel que la vitamina K desempeña en el proceso de mineralización de los huesos. Tal y como apunta el National Institute of Health, algunos estudios han llegado a la conclusión de que quienes consumen mayores cantidades de vitamina K tienen menor riesgo de sufrir roturas de cadera u otros huesos. Aunque se precisan más investigaciones, hay indicadores que muestran que «los niveles bajos de vitamina K en la sangre aumentan el riesgo de enfermedad cardiaca, posiblemente al hacer que los vasos sanguíneos que viajan al corazón se vuelvan más rígidos y estrechos».
Asimismo, la vitamina K también cumple su cometido en el terreno de la cosmética. Tiene la capacidad de reducir las ojeras, las rojeces faciales e incluso los hematomas derivados de algún proceso quirúrgico. Es lo que en los lineales de las droguerías podemos ver como sérum, geles o cremas, cuya denominación resulta mucho más popular para los consumidores.
¿Qué ocurre cuando hay una carencia?
Aunque la vitamina K no goza de tanta popularidad como la C o la D, lo cierto es que las funciones que desempeña garantizan un estado de salud óptimo. Según el National Institutes of Health, la carencia de esta vitamina conlleva el incremento del riesgo de sangrado o hemorragia, que constituye el síntoma más evidente. No obstante, también es apreciable en la aparición de hematomas, «debido a que la coagulación de la sangre es más lenta». Igualmente «podría reducir la fuerza de los huesos y aumentar el riesgo de osteoporosis, ya que el cuerpo necesita la vitamina K para la salud ósea».
¿Qué alimentos tienen más vitamina K?
La vitamina K se origina de manera natural de dos formas: filoquinona o vitamina K1 y menaquinonas o vitamina K2. La primera la encontramos principalmente en algunos aceites vegetales, como el de oliva o el de soja, y en las verduras de hoja verde, si bien es cierto que su cantidad depende del nivel de clorofila. Por su parte, la K2 habita en los alimentos de origen animal como el hígado, los fermentados, el queso o la cuajada.
Según la Universidad de Oregón, la ingesta recomendada varía en función del género y la edad. Así, la cantidad estimada para los varones es de 90 microgramos, mientras que para las mujeres asciende a los 120 microgramos. Aunque podemos suministrarla a través de suplementos, lo aconsejable es hacerlo con la alimentación. No obstante, la carencia de vitamina K no es habitual si tenemos una dieta variada, por cuanto está repartida en un amplio espectro de ingredientes. ¿Cuáles son los que presentan mayor contenido?
Su déficit incrementa el sangrado, la aparición de hematomas y el riesgo de padecer osteoporosis
- Verduras de hoja verde. Son las reinas de la vitamina K, cuya aportación aumenta en las que lucen un color verde más oscuro. La col rizada, el brócoli, la lechuga romana, las espinacas, el perejil, los espárragos, las endivias o el repollo son las más generosas.
- Aceites vegetales. Los de soja, oliva y colza aportan cantidades similares a las de las verduras de hoja verde.
- Frutas. En la gran familia que conforman las frutas nos encontramos algunas que destacan por un aporte significativo de esta vitamina como el kiwi, el arándano azul, el higo o las uvas.
- Frutos secos. En líneas generales, no son demasiado bondadosos. Aunque hay algunos que presentan, para alegría de sus devotos, cantidades a tener en cuenta como los piñones, los anacardos, las ciruelas secas y los pistachos.
- Lácteos. La mantequilla, la leche y el queso son los lácteos que más contribuyen en el aporte de vitamina K.