Platón no era un fan de la democracia. Muchos podrían considerar que esto no es más que un punto débil en el, por otra parte, excelente análisis político del filósofo. Pero su descripción del «hombre democrático» da que pensar.
En la República, escrita en el año 380 a.C., Platón describe a ese hombre democrático -que se refiere a un líder democrático- como uno de «palabras y opiniones falsas y fanfarronas» que desestima la moderación, llama «insolencia a la ‘buena educación’, licencia a la ‘libertad’, prodigalidad a la ‘magnificencia'» y «a la templanza la llaman ‘falta de hombría’ y la destierran con desprecio.»
¿Te recuerda a alguien?
Josiah Ober, profesor de ciencias políticas y clásicas en la Universidad de Stanford dice que el pasaje sí se lee como «una descripción particularmente dura de las partes más tiránicas de la personalidad pública de Trump.» La República de Platón, que evalúa la naturaleza y la justicia de varios regímenes políticos, y examina cómo las psicologías morales de los individuos están interrelacionadas con la psicología moral de su Estado, pretende ser una obra de filosofía más que una predicción de cómo se desarrollarían los acontecimientos políticos. Dicho esto, la crítica de Platón a la democracia contiene una serie de aspectos relevantes hoy en día.
Patón creía que el rasgo clave y conductor de la democracia es el deseo de libertad; este mismo rasgo, sin embargo, conduce en última instancia a un estado a la tiranía. Un régimen democrático implica tal pluralidad de intereses, creía, que la única manera de lograr algo bajo él es tener un liderazgo fuerte que pueda unir los intereses. «No es un retrato completo de la democracia moderna, pero capta algo: este deseo de un líder fuerte que pueda orientar los diversos deseos plurales descoordinados», dice Oder.
Los líderes fuertes, en opinión de Platón, acaban convirtiéndose en tiranos demagogos. «El tirano quiere estar completamente libre de todas las restricciones y, sin embargo, es el más esclavizado, porque tiene que rodearse de guardaespaldas, y de yes-men, y de gente que alimente su ego y sus deseos», explica Ober.
Los que le rodean son «necesariamente serviles», añade Ober, ya que «están dispuestos a degradarse al alma grotesca y deformada del tirano». Pero el tirano desconfía tanto de los que están dentro como de los que están fuera de su círculo, por lo que, en esencia, él mismo acaba en una especie de servidumbre. «Reconoce que siempre está en peligro y ve complots en todas partes», dice Ober. «Por lo tanto, vive una vida lo más abyecta posible. Aunque parece que vive en un palacio reluciente con riqueza y acceso a todas las cosas buenas, en realidad vive una existencia encogida como esclavo de los esclavos.» La paranoia y el deseo de adulación son rasgos familiares de muchos líderes democráticos contemporáneos.
En la visión de Platón, cada estado político involuciona naturalmente en otro en orden sistemático. El gobierno del rey-filósofo da paso a la timocracia (gobierno de los propietarios), que da paso a la oligarquía, seguida de la democracia y luego de la tiranía. Como la democracia está precedida por el gobierno de los ricos, Platón creía que bajo un régimen democrático, habría un considerable resentimiento contra los ricos; el primer paso del demagogo democrático, afirmaba, sería atacar a estas élites ricas. «Dice que son gente mala y que hay que perseguirlos, sobre todo en los tribunales», dice Ober. Acusar a los ricos de crímenes y perseguirlos es, en opinión de Platón, simplemente la forma más fácil de extraerles la riqueza. La política contemporánea sólo cumple a medias esta apreciación: Ciertamente, existe un considerable resentimiento hacia la élite, pero es notablemente escasa la persecución penal de los muy ricos, incluso entre los que han cometido delitos graves.
Ciertos aspectos de la democracia que describe Platón -y que estamos viendo ahora- no son acontecimientos repentinos y recientes. Durante mucho tiempo se ha criticado a los políticos por faltar a la verdad o por complacer los intereses populistas, por ejemplo. Pero Ober cree que muchos estados democráticos modernos tienen un sentido decreciente de los intereses compartidos; esto, en opinión de Platón, los hace particularmente vulnerables a la tiranía. El Brexit ha dividido a Gran Bretaña, señala, Bélgica se está fracturando a lo largo de sus líneas demográficas francesas y flamencas, Estados Unidos es más partidista que nunca. Todas estas divisiones pueden llevar al declive de un Estado democrático que funcione.
«Una visión platónica de un Estado dividido contra sí mismo es vulnerable a este atractivo demagógico, a una toma de posesión tiránica», dice Ober. «Creo que corremos más riesgo que antes».
¿Podemos resistir a los líderes tiranos? Platón creía que una constitución, que debe establecer reglas claras que todos deben cumplir, ofrece cierta protección. Puede que no impida la demagogia, pero puede ofrecer una base de igualdad ante la ley. También abogó por la responsabilidad de los ciudadanos: «tienen que saber lo suficiente sobre lo que está pasando, para hablar y unirse a otros ciudadanos cuando hay violaciones», dice Ober. No pueden esperar a que otros hagan el trabajo por ellos»
A pesar de estas protecciones, Platón creía con pesimismo que la democracia deviene inevitablemente en tiranía. En este punto, sin embargo, Ober no está de acuerdo. «Históricamente, puede», dice. «Pero las democracias surgen en rechazo de la tiranía. Se consigue la democracia diciendo que nos negamos a ser gobernados por un tirano, un rey o una pequeña banda de élites. Cuando las democracias funcionan, recordamos que de eso se trata»
Para una interpretación más optimista de los regímenes políticos actuales, Ober sugiere mirar a Aristóteles, que entendía que la verdadera democracia se opone fundamentalmente a la tiranía. La política contemporánea puede causar consternación, pero Ober dice que vale la pena creer en el régimen político. Al fin y al cabo, añade, «la democracia tiene que construirse sobre la esperanza»
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