Oratoria y retórica griegas
La oratoria y la retórica eran componentes clave de la cultura griega. El mundo helenístico era principalmente una cultura oral -como lo era la mayor parte del mundo antes de la invención de la imprenta- y las conferencias y representaciones públicas eran la principal forma literaria de la época.
El orador (rhetor) era una figura célebre en la sociedad, y la retórica (rhetorike), el arte de la palabra hablada, era un elemento fuertemente valorado de la educación clásica, con los más educados recibiendo una formación retórica particularmente fuerte.
Antes del siglo V a.C. la retórica no se enseñaba directamente como una asignatura en sí misma, sino que los estudiantes memorizaban textos importantes, normalmente poesía y especialmente las epopeyas homéricas, que luego interpretaban en los festivales. Se memorizaban frases hechas, proverbios y máximas que se empleaban cuando era necesario para hacer más persuasivo un discurso.
La habilidad compositiva y retórica se obtenía, pues, por imitación de las características de los textos clásicos más que por instrucción directa. Esto cambió en la segunda mitad del siglo V a.C., en los albores de la sofística.
El estudio de la retórica como asignatura puede atribuirse en parte a la necesidad creada por el sistema judicial ateniense del siglo V a.C., que exigía que la parte acusadora y la demandada pronunciaran discursos formales argumentando sus casos.
Los discursos bien organizados y ejecutados eran más persuasivos, hecho que llevó a la proliferación de manuales de retórica judicial para dar asistencia a quienes preparaban dichos discursos.
Con el tiempo, el sistema permitía al litigante contratar a un escritor de discursos (entre los famosos escritores de discursos de esta época se encuentran Lisias, Demóstenes y Antifón) para que escribiera un discurso que el litigante memorizara y pronunciara ante el tribunal.
La estructura del gobierno democrático ateniense, que se dejaba influenciar fácilmente por los líderes políticos que hablaban bien, también ayudó a que se estudiara la retórica, ya que podía emplearse como una herramienta con la que se podía influir en los ciudadanos (y por tanto en la propia Atenas).
En esta época entraron en escena los sofistas del siglo V a.C. (como Gorgias y Protágoras, inmortalizados por los diálogos de Platón), que se ofrecían a enseñar argumentación y retórica a quienes estaban dispuestos a pagar -a menudo mucho- por sus servicios.
Los sofistas eran un grupo de pensadores de todo el mundo griego que, por su dominio de la palabra, eran considerados maestros de la argumentación y el debate. Enfatizaban que se podían presentar dos argumentos contradictorios sobre cualquier cuestión y que, en cualquier momento, el argumento más débil podía convertirse en el más fuerte, lo que significaba que el conocimiento nunca podía ser absoluto y que el debate debía permanecer siempre abierto.
Los sofistas adquirieron la reputación de ser capaces de argumentar de forma efectiva y persuasiva ambos lados de cualquier cuestión, tal y como muestran las Antílogas (Declaraciones opuestas) de Protágoras y los Dissoi Logoi (Argumentos dobles) de finales del siglo V a.C.
A los sofistas les interesaba sobre todo la erística, el arte de la refutación y el conflicto verbal. En ocasiones se escenificaban concursos retóricos, como en un día de fiesta, en los que el público quedaba cautivado por las habilidades de los mejores oradores sofistas.
Platón y Aristóteles adoptaron una postura antagónica con respecto a los sofistas, considerándolos unos embusteros más interesados en la prestidigitación verbal y el debate que en la verdad o la razón, una opinión que se ha mantenido más o menos hasta nuestros días.
Las contribuciones de los sofistas al arte de la oratoria dejaron una huella indeleble en la cultura helenística, ya que la retórica como habilidad en sí misma llegó a ser enfatizada y enseñada como parte de una educación estándar. Cuando un niño aprendía a leer y escribir (a los siete u ocho años), pasaba a estudiar con un grammaticus (gramático).
El manual de Dionisio, Thrax, escrito a principios del siglo I a.C. y utilizado como libro de texto durante los siguientes 15 siglos, describe esta formación en literatura, que se centraba en la gramática y la crítica literaria básica. Alrededor de los 12 o 14 años, el estudiante comenzaba entonces el estudio de la retórica impartido por un retórico.
La instrucción retórica se componía de tres elementos fijos. Los dos primeros elementos incluían el estudio de la teoría retórica y el estudio de modelos de la literatura anterior (como los discursos homéricos, los diálogos de Platón o los discursos de Demóstenes).
Una vez completados los dos primeros elementos, el estudiante pasaba a realizar ejercicios de declamación en los que, tras escuchar discursos del retórico, se le asignaba un tema sobre el que debía escribir, memorizar y ejecutar un discurso basado en un patrón fijo para ese tipo de discurso y tema.
Categorías de discursos
Los tipos de discursos se dividían habitualmente en tres categorías. El discurso deliberativo se refería a una decisión que debía tomarse sobre el futuro, normalmente en un contexto político, como por ejemplo si debía aprobarse una determinada ley o si debía emprenderse una guerra. El discurso judicial era un discurso que argumentaba sobre la verdad de los hechos pasados y se utilizaba típicamente en la sala del tribunal.
El discurso epidético era típicamente para el espectáculo o el entretenimiento y trataba temas como la belleza, el crédito y la culpa, o la alabanza. A medida que las ciudades-estado democráticas fueron sustituidas por el gobierno imperial, su importancia general se desvaneció un poco, al igual que la importancia de la oratoria judicial.
Por otro lado, el discurso epidético se convirtió en la exhibición más común de la oratoria formada, utilizándose a menudo para celebrar victorias militares o días de fiesta. La oratoria deliberativa siguió teniendo alguna función en las relaciones con los embajadores, en las decisiones militares y en la gestión de los gobiernos locales.
El arte retórico solía dividirse en cinco habilidades también llamadas cánones: invención, disposición, estilo, memoria y emisión. La invención implicaba el proceso de encontrar algo que decir; esta habilidad se entrenaba aprendiendo las categorías convencionales, los topoi (lugares comunes), que trataban las principales posibilidades retóricas para casi cualquier tema.
Por ejemplo, para un encomio (discurso de alabanza), el nacimiento noble de una persona, su parentesco, sus actos nobles, su educación, sus amigos y su valor (entre otras cosas) se incluirían entre los posibles topoi. Esto ayudaba en gran medida al proceso de redacción de discursos al ofrecer puntos de partida concretos para la lluvia de ideas.
Cada discurso se organizaba en base a cuatro elementos. El prooemium (introducción), a veces llamado proem, no sólo sirve para presentar el tema en cuestión, sino también para despertar los sentimientos del público o (en el caso de un discurso judicial) para disipar los prejuicios.
La diégesis (narración o exposición de los hechos) cuenta la versión del orador; los sujetos implicados deben ser caracterizados positiva o negativamente, según el objetivo del discurso. La sección de la pistis (pruebas) proporciona pruebas del caso, mediante la exposición de hechos, apelaciones lógicas, éticas o emocionales, con el fin de convencer a la audiencia.
Esta sección también incluía refutaciones de los argumentos anticipados por la parte contraria; los oradores posteriores (como Cicerón o Quintiliano) a veces consideraban esta refutación una sección separada (la refutatio) del discurso que seguía directamente a la pistis.
El elemento final de un discurso es el epilogos (epílogo), en el que el orador refuerza sus afirmaciones anteriores, intenta reforzar una actitud positiva en el público hacia él mismo y su argumento, y cierra con una conclusión contundente.
Después de un lento declive en su importancia a medida que la democracia griega daba paso al Imperio Romano, la retórica griega clásica experimentó una especie de renacimiento en el período de la Segunda Sofística, desde mediados del siglo I hasta mediados del siglo II d.C.
Esto, a su vez, tuvo un gran impacto en la literatura y la oratoria cristianas, como puede verse en Lucas-Hechos o en figuras como Agustín de Hipona o Juan Crisóstomo. Como resultado, el impacto de la retórica griega continúa hoy en día, con la oratoria y la literatura modernas fuertemente basadas en los principios de la oratoria producidos en el período helenístico.