escrito por: Sai Kurapati
Hasta el primer año de universidad, me consideraba una ávida defensora de la igualdad sanitaria. Sólo después de llegar a Brown y de tener la oportunidad de sumergirme en actividades de defensa del mundo real, me di cuenta de que lo que realmente me apasionaba era promover la igualdad sanitaria. La igualdad y la equidad, que a menudo se utilizan indistintamente, están inextricablemente relacionadas, pero son muy distintas. La Comisión de Igualdad y Derechos Humanos define la igualdad como la distribución de los mismos recursos y oportunidades a todos los individuos de una población. Por el contrario, la Organización Mundial de la Salud define la equidad como la distribución personalizada de los recursos y las oportunidades en una población para garantizar que ningún subconjunto de grupos se encuentre en desventaja con respecto a otros a la hora de alcanzar su máximo potencial.
En otras palabras, mientras que la equidad tiene en cuenta las disparidades, la igualdad no. En lo que respecta a la asistencia sanitaria, esta diferencia se ve especialmente magnificada y, por tanto, es aún más importante abordarla en el debate sobre la defensa de la igualdad de acceso y resultados. Las iniciativas sanitarias que se centran únicamente en la distribución de recursos iguales no son suficientes, ya que la carga de la enfermedad no afecta a todos los individuos de la sociedad de la misma manera. Por ello, hay que tener en cuenta las influencias biomédicas y sociales en el acceso y los resultados de la atención sanitaria y distribuir los recursos en consecuencia. El modelo biomédico de la enfermedad intenta descubrir las causas últimas de la enfermedad del paciente, mientras que el modelo social de la enfermedad hace hincapié en investigar los factores próximos, es decir, los aspectos del estilo de vida de una persona que pueden exponerla a un mayor riesgo de contraer la enfermedad.
Teniendo en cuenta la personalización de la medicina y la singularidad de la historia de cada paciente, el método más impactante para mejorar los resultados sanitarios en una comunidad es atender de forma holística las necesidades individualizadas de la población. Esto conlleva la introducción de intervenciones que afronten las causas de las disparidades sanitarias -diferencias evitables en diversos aspectos del estado de salud de una población- y el reconocimiento del papel de los determinantes sociales en la configuración de la enfermedad. La distribución equitativa de oportunidades y recursos implica comprender cómo factores no biomédicos como la raza, la etnia, la identidad de género, la ubicación geográfica, la cultura y el estatus socioeconómico contribuyen a las disparidades en la incidencia, la prevalencia y la mortalidad de las enfermedades. Estas influencias sociales epidemiológicas sobre la enfermedad, que a menudo se pasan por alto en la medicina tradicional, se han integrado mucho más en las prácticas médicas modernas. Sensibilizar al público sobre el papel cada vez más importante de las influencias no fisiológicas en la enfermedad es una parte importante de la defensa de la equidad sanitaria, porque ayuda a romper la suposición estigmatizada de que la enfermedad es sólo «física».
El diagrama de la derecha es una poderosa representación de la diferencia entre igualdad y equidad obtenida de Allies for Reaching Community Health Equity (ARCHE). La distribución equitativa de recursos (el mismo número de cajas en este escenario) a cada individuo de una comunidad no se traduce en la entrega de una ayuda justa y no discriminatoria. Sólo ajustándose a las necesidades individualizadas de una comunidad y dotando de un número diferente de cajas a cada persona en función de su estatus personal pueden eliminarse las disparidades en el acceso a los recursos (manzanas en este escenario) dentro de un grupo. La igualdad no reconoce la posibilidad de que una comunidad esté compuesta por una población mixta de miembros más y menos favorecidos. La persona más baja de la ilustración sólo tiene la misma oportunidad de conseguir una manzana cuando los recursos se distribuyen de forma equitativa, no igual.
Del mismo modo, las disparidades en la calidad de la atención y los resultados sanitarios pueden mitigarse con mayor eficacia mediante esfuerzos que promuevan la equidad sanitaria en lugar de la igualdad. El uso de perspectivas interseccionales cuando se intenta hacer más equitativos los diferentes aspectos de la atención médica, refuerza el poderoso papel de los determinantes sociales en la influencia de las condiciones humanas de la enfermedad más allá de la biomedicina tradicional. Difundir la apreciación de la distinción entre igualdad y equidad en lo que respecta a la medicina es el primer paso para lograr la equidad sanitaria, ya que el conocimiento es la base del cambio. Por ello, es fundamental que los defensores de la salud interioricen lo que implica un sistema sanitario verdaderamente desprejuiciado. Quienes, como yo, se apasionan por la promoción de la equidad sanitaria deben ser conscientes de su lenguaje a la hora de participar en actividades que prometen fomentar un acceso justo a la atención médica de calidad y a los resultados sanitarios. Entender la relación entre igualdad y equidad pone de manifiesto la diferencia que dos letras pueden suponer a la hora de prestar la atención sanitaria que merecen miles de vidas.