Cuando era adolescente, fui golpeado y pisoteado por un grupo de chavales que me tomaron como objetivo, con la esperanza de robarme mis flamantes zapatillas de deporte. Cuando volví a casa magullado y humillado, con mis padres echando humo por el ataque, mi hermano mayor Brandon trató de consolarme. «No pasa nada», me dijo. «Ahora eres un hombre».
En ese momento, lleno de vergüenza por mi incapacidad para defenderme de una jauría de jóvenes mucho más grandes que yo, empecé a sentirme orgulloso. «¿Soy un hombre ahora?» pensé. Era el título por el que había trabajado todos mis años para conseguirlo. Ser un hombre significaba ser poderoso y seguro de sí mismo, pero también imponer respeto. Los hombres nunca recibían golpes, y desde luego nunca lloraban. Sin embargo, aquí estaba yo, con las lágrimas todavía en las comisuras de mis ojos negros e hinchados, diciéndome que ese momento, y mi paso por él, me habían convertido en un hombre.
Hay un momento casi imperceptible en el viaje de todo niño hacia la madurez en el que se supone que se vuelve calloso y endurecido. Las heridas, físicas o de otro tipo, ya no se reciben con consuelo, abrazos y palabras tranquilizadoras. Los desaires del mundo se afrontan en cambio con miradas evasivas y comentarios como «sé un hombre» para evitar a toda costa las lágrimas y cualquier indicio de vulnerabilidad, no permitiendo al hombre en formación ningún espacio para procesar plenamente las emociones reales. En cambio, los hombres enseñan a los niños a reprimir estas reacciones naturales, obligándoles a aislarse como una bomba de relojería.
Durante mucho tiempo después de que me saltaran, repetí el incidente una y otra vez en mi mente. Imaginaba que luchaba con cada uno de ellos uno por uno como Bruce Lee, una muestra perfecta de mi hombría. Pero eso es una fantasía.
Años más tarde, mi hermano Brandon me apartó. «¿Sabes cuál es la verdadera razón por la que te dije ‘ahora eres un hombre’?», me preguntó. «Pasarán cosas malas. Un hombre recibe una paliza y sigue adelante. No se deja consumir por la ira o la venganza. Utiliza sus experiencias, buenas y malas, para fortalecer su determinación y profundizar su comprensión».