De hecho, el aniversario de la iglesia es un tiempo de reflexión y una ocasión para dar gracias por el amor y la bondad constantes de Dios sobre nosotros. Al mirar hacia atrás, debemos tratar de aprender de nuestro pasado; confiar en Dios para el presente y mirar hacia el futuro. No debemos dormirnos en los «laureles», por así decirlo, ni revolcarnos en el fango de los remordimientos, teniendo en cuenta que lo que hacemos ahora, lo hacemos para las generaciones futuras. Debemos mantenernos relevantes, vibrantes y sanos para poder ser «sinceros y sin ofensa hasta el día de Cristo» (Fil. 1:10b). Para ello, debemos abundar en las siguientes prácticas:
1. Orar unos por otros. Una iglesia que ora es una iglesia poderosa. La iglesia de Filipos nació de las oraciones. Sus dos primeros conversos vinieron a Cristo a través del poder de las oraciones (ver Hechos 16). Desde entonces se convirtieron en fieles compañeros de oración de Pablo.
2. Alentar. Pablo creía firmemente en el estímulo mutuo, hasta el punto de que exhortó a los creyentes tesalonicenses tres veces en su carta a ellos (1 Tesalonicenses 4:18, 5:11, 14). Por supuesto, hay muchas maneras de animarnos unos a otros. Podríamos hacerlo con palabras, con simples actos de amor o empatizando unos con otros.
3. Apoyo. Cuando animamos, también estamos dando apoyo. Sin embargo, el apoyo suele manifestarse de formas más concretas que el aliento. Santiago dio un ejemplo de algunas personas que daban palabras de aliento: «Vayan en paz, caliéntense y coman bien», pero «no les den lo que el cuerpo necesita, ¿de qué sirve?» (Sant. 2:15-17 ver también 1Jn. 3:17). La fe sin obras está muerta.
4. Responsable. Como comunidad de creyentes, necesitamos ser guardianes unos de otros. No debemos ser el «policía» de nuestro hermano, sino que debemos ser su guardián. En otras palabras, debemos ser responsables unos de otros. No debemos fijarnos en nuestras cosas, sino también en las de los demás (Fil. 2:4).
5. Servir. Por último, debemos servirnos unos a otros con amor. En lugar de envidiarnos y criticarnos unos a otros, debemos soportar las cargas de los demás y así cumplimos la ley de Cristo (Gál. 6:2). Jesús dio el ejemplo supremo lavando los pies de sus discípulos (véase Juan 13).
De este modo mostramos al mundo que somos verdaderamente sus discípulos. Que Dios nos ayude a ser esa clase de iglesia incluso mientras seguimos siendo sus «piedras» y «epístolas» vivas en este mundo.
Rev. Mark Tay