Además de los medios de comunicación, la propaganda desempeña un papel importante en la distribución de mensajes de odio étnico. La propaganda está muy asociada a los regímenes totalitarios del siglo XX, como 1984 y Rebelión en la Granja, de George Orwell, que sirvieron para comentar los regímenes de la época. Sin embargo, la propaganda es peligrosa cuando se utiliza de forma negativa. En su significado original, la propaganda promueve creencias que conducen a la acción. Por otro lado, Jowett y O’Donnell definen la propaganda como un «intento deliberado y sistemático de moldear las percepciones, manipular las cogniciones y dirigir el comportamiento para lograr una respuesta que fomente la intención deseada del propagandista». Negativamente, la propaganda presenta un «mito organizado» que limita la posibilidad de descubrir la verdad. La utilización de la propaganda por parte de Stalin, Hitler y Mussolini popularizan la falsa impresión de la propaganda que ocultó la verdad durante un tiempo prolongado.Además, hay influencias complejas que surgieron durante las campañas de propaganda de la Gran Guerra (1914-18) y la Revolución Rusa (1917) como los telégrafos, los periódicos, la fotografía, la radio, el cine, las grandes corporaciones que buscaban nuevos mercados, el auge del periodismo reformista y la influencia de los movimientos artísticos, la psicología, la sociología y el marketing.La variación de la propaganda y la guerra psicológica son esencialmente procesos organizados de persuasión.
Sin embargo, la investigación empírica pone en duda el papel de la propaganda en la incitación al odio, descubriendo que es mucho menos capaz de cambiar las mentes de lo que se suele suponer. Por ejemplo, una revisión bibliográfica de 2017 dice: «En primer lugar, la propaganda suele fracasar. Para tomar el ejemplo de la propaganda nazi, no logró generar apoyo para la eutanasia de los discapacitados (Kershaw, 1983a; Kuller, 2015), no logró en gran medida convertir a la gente en antisemitas rabiosos (Kershaw, 1983b; Voigtländer & Voth, 2015), no logró generar mucha simpatía por el partido nazi (Kershaw, 1983b, 1987), y pronto fracasó en hacer que los alemanes fueran más optimistas sobre el resultado de la guerra (Kallis, 2008; Kershaw, 1983a; para ejemplos similares relativos a la propaganda estalinista, véase Brandenberger, 2012; Davies, 1997; la propaganda maoísta, véase Wang, 1995; la propaganda norcoreana, véase B. R. Myers, 2011).