Las personas lloran cuando se reúnen con sus seres queridos, gritan al recibir buenas noticias y pellizcan las mejillas de los bebés. Pero, ¿por qué estas experiencias positivas provocan estas reacciones «negativas»? Una nueva investigación sugiere que quizá lo hagamos para calmarnos y poder manejar mejor las situaciones.
Oriana Aragón, psicóloga de la Universidad de Yale, y sus colegas encuestaron a 143 adultos sobre cómo tienden a reaccionar ante las experiencias buenas y malas. A continuación, mostraron a los sujetos fotografías de bebés que variaban en cuanto a su «ternura», basándose en investigaciones anteriores que sugieren que los bebés se consideran más bonitos si tienen mejillas y ojos más grandes y barbillas y narices más pequeñas. A continuación, los investigadores preguntaron a los sujetos cómo se sentían respecto a los bebés y cómo querían interactuar con ellos.
Aragón y sus colegas descubrieron que cuanto más monos eran los bebés, más probable era que los sujetos se sintieran abrumados por sentimientos positivos al ver sus fotos. También era más probable que los sujetos quisieran ser «juguetonamente agresivos» con los bebés más bonitos, por ejemplo, pellizcando sus mejillas. En un estudio de seguimiento, Aragón descubrió que cuando los sujetos decían que querían ser juguetonamente agresivos con los bebés más guapos, se calmaban más rápidamente: se volvían más neutrales emocionalmente varios minutos después, en comparación con los sujetos que no querían ser juguetonamente agresivos. «Tenemos la primera evidencia de que estas expresiones negativas pueden ayudar a regular las emociones positivas abrumadoras», dice Aragón.
¿Pero por qué querríamos regular nuestras emociones positivas? Las investigaciones sugieren que sentirse «demasiado positivo» puede interferir en la toma de decisiones y hacer que las personas descuiden las amenazas del entorno y actúen de forma impulsiva. Por eso, si un padre abrumado de alegría al ver a su adorable hija siente la necesidad de mordisquearle los dedos de los pies, la reacción podría ser, en última instancia, en beneficio de ambos. «Al bebé le sirven estas expresiones si éstas calman al adulto que está abrumado», dice Aragón.