La tasa de obesidad infantil ha aumentado drásticamente en los últimos veinticinco años, una tendencia alarmante si se tienen en cuenta sus efectos adversos en el funcionamiento físico, psicológico y social. La obesidad infantil está asociada a problemas de salud como la hipertensión, la diabetes de tipo 2 y las enfermedades coronarias, y a problemas psicológicos como la baja autoestima, la mala imagen corporal y la depresión. Además, el estigma social de la obesidad expone a los niños con sobrepeso a la discriminación, las burlas, el acoso y el aislamiento. Aunque la obesidad puede deberse a factores genéticos, ambientales y psicológicos, las investigaciones sugieren que la causa principal de la obesidad infantil es bastante sencilla: los niños ingieren más calorías de las que queman. En un entorno caracterizado por porciones de gran tamaño y estilos de vida sedentarios, es un reto para los niños mantener un peso saludable.
Aunque la creciente prevalencia de la obesidad infantil es preocupante, hay buenas noticias para los padres preocupados. Las investigaciones sugieren que los enfoques basados en la familia se encuentran entre los más exitosos para intervenir y/o prevenir la obesidad infantil. Los padres pueden influir en la ingesta calórica y el gasto energético de sus hijos controlando el entorno del hogar, proporcionando educación y apoyo, y modelando comportamientos saludables. De hecho, un estudio realizado en 1998 por M. Golan y sus colegas descubrió que los tratamientos en los que sólo participan los padres se asocian a un mejor control del peso infantil que los tratamientos en los que sólo participa el niño.
Además de su mayor eficacia, las intervenciones basadas en la familia también son más sensibles para los niños. En lugar de señalar a los niños con sobrepeso para que sigan dietas y regímenes de ejercicio especiales, se anima a todos los miembros de la familia a desarrollar hábitos más saludables. Este enfoque protege a los niños con sobrepeso de experimentar el estigma y el aislamiento en sus familias.
Intervenciones basadas en la familia para aumentar la actividad física
En el recientemente publicado Best Practices in the Prevention and Treatment of Childhood Obesity (Mejores prácticas en la prevención y el tratamiento de la obesidad infantil), Michael Coles, PhD, y Wade Gilbert, PhD, recomendaron que los jóvenes completaran al menos sesenta minutos de actividad física de moderada a vigorosa cada día. Las actividades de intensidad «moderada» incluyen caminar a paso ligero, nadar o cortar el césped, mientras que las actividades de intensidad «vigorosa» incluyen correr, bailar aeróbicamente o ir en bicicleta cuesta arriba. Por desgracia, menos del 5% de las escuelas del país exigen educación física diaria y, de las que lo hacen, se calcula que los alumnos están inactivos durante el 50% del tiempo de clase. Por lo tanto, es importante que los padres se aseguren de que los niños sean físicamente activos en casa o en actividades extraescolares.
Un paso importante para aumentar la actividad física de los niños es limitar su «tiempo de pantalla», o el tiempo que pasan frente a televisores, ordenadores y/o videojuegos. Los investigadores han encontrado una correlación entre el tiempo que se pasa viendo la televisión y la obesidad. Esto no es sorprendente, dado que el visionado de la televisión disminuye el tiempo disponible para la actividad física y fomenta patrones de alimentación poco saludables en sus anuncios. Un estudio realizado en 2001 por R.S. Strauss descubrió que el 90% de los alimentos anunciados en la televisión tienen un alto contenido en grasa, azúcar y sal. Así, un niño que pasa horas frente al televisor se ve inundado de estímulos para picar alimentos de alto contenido energético. Con el tiempo, el propio televisor puede convertirse en un estímulo condicionado para picar entre horas, como cuando se comen siempre palomitas en el cine.
En 2004, la Fundación Robert Wood Johnson estimó que el niño medio pasa cuatro horas al día frente a una pantalla. Los resultados de un estudio de intervención sobre la obesidad infantil sugieren que la mera reducción de este tiempo probablemente se traduzca en una pérdida de peso. En un estudio de laboratorio realizado en 1991, L. Epstein y sus colegas descubrieron que cuando limitaban el acceso de los niños obesos a las actividades sedentarias, estos niños optaban cada vez más por realizar actividades físicas. En 1995, exploraron este hallazgo en un entorno real examinando cómo diferentes patrones de refuerzo influían en el peso de los niños obesos. Compararon los efectos de recompensarles por hacer ejercicio, reducir el tiempo de sedentarismo y una combinación de ambos. Curiosamente, descubrieron que los niños que fueron recompensados por reducir las conductas sedentarias obtuvieron los mejores resultados: mejores que los que fueron recompensados por hacer ejercicio, y mejores que los que fueron recompensados tanto por hacer ejercicio como por reducir las conductas sedentarias. Este estudio tiene dos implicaciones importantes. En primer lugar, premiar simplemente a los niños por hacer ejercicio no es lo ideal, ya que un comportamiento sedentario excesivo puede contrarrestar sus efectos. En segundo lugar, los padres deben ser cautos a la hora de recompensar a los niños por hacer ejercicio. Cuando los niños hacen ejercicio en respuesta a reglas y recompensas, es menos probable que se consideren intrínsecamente motivados para ser activos. En otras palabras, pueden llegar a ver la actividad física como una tarea, parecida a la limpieza de su habitación para ganar la paga o evitar un castigo, en lugar de como una actividad placentera y elegida. Por lo tanto, la mejor estrategia para promover la pérdida de peso es limitar las conductas sedentarias de los niños con la esperanza de que elijan las actividades físicas como alternativa.
Para facilitar que los niños sustituyan las conductas sedentarias por la actividad física, los padres deben crear oportunidades para la actividad física. Por ejemplo, pueden proporcionar equipos deportivos como bicicletas, patines y cuerdas para saltar. También pueden organizar salidas a parques o piscinas, y fomentar la participación en actividades escolares y comunitarias. Los padres también pueden implicar a los niños en tareas domésticas activas, como pasear al perro, rastrillar las hojas o pintar. También es importante que los padres den ejemplo de un estilo de vida activo y saludable.
Intervenciones basadas en la familia para mejorar la dieta
Las investigaciones indican que el mejor enfoque para influir en la dieta de los niños es crear un entorno que facilite la toma de decisiones saludables. Dado que los padres cocinan las comidas, compran los alimentos y hacen la compra, determinan en gran medida qué alimentos están disponibles en casa. Así, pueden evitar entrar en luchas de poder sobre lo que comen los niños ofreciendo una variedad de opciones saludables y manteniendo la comida basura fuera de casa. Al fin y al cabo, un niño no puede merendar patatas fritas y caramelos sin una despensa llena de comida basura. Este enfoque limitará los conflictos en torno a la alimentación y también ayudará a los niños a aprender a regular su propia dieta. Se anima a los padres a utilizar la pirámide de los alimentos para obtener directrices generales sobre lo que constituye una dieta saludable. Los principios básicos incluyen proporcionar una variedad de alimentos, ofrecer una gran cantidad de cereales, verduras y frutas, y limitar las grasas, las grasas saturadas y el colesterol.
Además de crear un entorno facilitador, es importante que los padres sean un modelo de comportamiento saludable en sus selecciones de alimentos, tamaños de las porciones y patrones de alimentación. Si los niños ven a sus padres merendando frente al televisor, es probable que adopten este hábito. Las investigaciones han demostrado que tanto la dieta de los padres como las prácticas televisivas influyen en el peso de los niños.
Los padres también pueden influir en la relación de los niños con la comida, tanto a través del refuerzo como del modelado. Los niños tendrán más éxito a la hora de mantener un peso saludable si comen -y dejan de comer- en respuesta a las señales fisiológicas de hambre y saciedad. Por lo tanto, con notables excepciones (cumpleaños, Halloween, salidas especiales, etc.), los padres deben evitar premiar a los niños con comida. Se anima a los padres a que elaboren una lista de recompensas no comestibles con sus hijos, que podría incluir artículos materiales así como actividades familiares divertidas. Del mismo modo, los padres deben evitar consolar a los niños con comida. En su lugar, deben hablar con los niños sobre sus problemas y/o hacer que participen en actividades que les levanten el ánimo. Esta respuesta ayudará a evitar que los niños aprendan a utilizar la comida como consuelo emocional a medida que crecen.
Así como es importante que los padres modelen una dieta saludable, también es importante modelar una relación saludable con la comida. Si los padres comen en respuesta al estrés o la tristeza, los niños pueden imitar estas prácticas.
Una advertencia para los padres
Cuando los padres intentan fomentar hábitos de alimentación y ejercicio saludables, deben tener cuidado de no crear inadvertidamente una preocupación por la delgadez o por la imagen corporal. Los padres pueden tomar algunas precauciones con este fin. Se anima a los padres a centrarse en la salud, no en la apariencia. Deben hablar con sus hijos de los riesgos para la salud asociados a la obesidad, más que de los costes sociales. Del mismo modo, deben reforzar la elección de dietas y ejercicios que promuevan el buen estado físico y la buena salud en general, en lugar de centrarse en las fluctuaciones de peso. En esta línea, los padres no deben moralizar los alimentos, sino evaluarlos en función de su valor nutricional. Por ejemplo, los alimentos que engordan no deben considerarse «malos», sino simplemente «ricos en grasas» y, por tanto, deben consumirse con moderación. Los padres también deben evitar hacer comentarios acerca de que los alimentos «son malos» cuando se consumen alimentos ricos en calorías o que los alimentos «son buenos» cuando se comen de forma saludable. Esto puede crear un ambiente de vergüenza en torno a la alimentación, lo que puede contribuir a patrones poco saludables.