Finanzas &Desarrollo, junio 2015, Vol. 52, No. 2
Sarwat Jahan y Ahmed Saber Mahmud
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Los mercados libres pueden no ser perfectos, pero son probablemente la mejor manera de organizar una economía
El capitalismo suele pensarse como un sistema económico en el que los actores privados poseen y controlan la propiedad de acuerdo con sus intereses, y la demanda y la oferta fijan libremente los precios en los mercados de manera que puedan servir a los mejores intereses de la sociedad.
La característica esencial del capitalismo es el afán de lucro. Como dijo Adam Smith, el filósofo del siglo XVIII y padre de la economía moderna «No es de la benevolencia del carnicero, el cervecero o el panadero que esperamos nuestra cena, sino de su consideración a su propio interés». Ambas partes de una transacción de intercambio voluntario tienen su propio interés en el resultado, pero ninguna puede obtener lo que quiere sin atender a lo que quiere la otra. Es este interés propio racional el que puede conducir a la prosperidad económica.
En una economía capitalista, los activos de capital -como las fábricas, las minas y los ferrocarriles- pueden ser de propiedad y control privados, la mano de obra se adquiere a cambio de un salario monetario, las ganancias de capital se acumulan para los propietarios privados y los precios asignan el capital y la mano de obra entre los usos que compiten entre sí (véase «Oferta y demanda» en el F&D de junio de 2010).
Aunque alguna forma de capitalismo es la base de casi todas las economías actuales, durante gran parte del siglo pasado no fue más que uno de los dos principales enfoques de la organización económica. En el otro, el socialismo, el Estado es propietario de los medios de producción y las empresas estatales tratan de maximizar el bien social en lugar de los beneficios.
Pilares del capitalismo
El capitalismo se basa en los siguientes pilares:
- la propiedad privada, que permite a las personas poseer activos tangibles como la tierra y las casas y activos intangibles como las acciones y los bonos;
- el interés propio, mediante el cual las personas actúan en busca de su propio bien, sin tener en cuenta la presión sociopolítica. No obstante, estos individuos descoordinados acaban beneficiando a la sociedad como si, en palabras de la Riqueza de las Naciones de Smith de 1776, fueran guiados por una mano invisible;
- la competencia, a través de la libertad de las empresas para entrar y salir de los mercados, maximiza el bienestar social, es decir, el bienestar conjunto de productores y consumidores;
- un mecanismo de mercado que determina los precios de forma descentralizada a través de las interacciones entre compradores y vendedores; los precios, a su vez, asignan los recursos, que naturalmente buscan la mayor recompensa, no sólo para los bienes y servicios sino también para los salarios;
- la libertad de elegir con respecto al consumo, la producción y la inversión -los clientes insatisfechos pueden comprar productos diferentes, los inversores pueden perseguir empresas más lucrativas, los trabajadores pueden dejar sus puestos de trabajo para obtener una mejor remuneración; y
- el papel limitado del gobierno, para proteger los derechos de los ciudadanos privados y mantener un entorno ordenado que facilite el correcto funcionamiento de los mercados.
El grado de funcionamiento de estos pilares distingue varias formas de capitalismo. En los mercados libres, también llamados economías de laissez-faire, los mercados funcionan con poca o ninguna regulación. En las economías mixtas, llamadas así por la mezcla de mercados y gobierno, los mercados desempeñan un papel dominante, pero están regulados en mayor medida por el gobierno para corregir los fallos del mercado, como la contaminación y la congestión del tráfico; promover el bienestar social; y por otras razones, como la defensa y la seguridad pública. Hoy en día predominan las economías capitalistas mixtas.
Los muchos matices del capitalismo
Los economistas clasifican el capitalismo en diferentes grupos utilizando varios criterios. El capitalismo, por ejemplo, puede dividirse sencillamente en dos tipos, en función de cómo se organiza la producción. En las economías de mercado liberales, predomina el mercado competitivo y la mayor parte del proceso de producción tiene lugar de forma descentralizada, similar al capitalismo de libre mercado que se observa en Estados Unidos y el Reino Unido. Las economías de mercado coordinadas, por otro lado, intercambian información privada a través de instituciones que no son de mercado, como los sindicatos y las asociaciones empresariales, como en Alemania y Japón (Hall y Soskice, 2001).
Más recientemente, los economistas han identificado cuatro tipos de capitalismo que se distinguen según el papel del espíritu empresarial (el proceso de creación de empresas) en el impulso de la innovación y el entorno institucional en el que se ponen en marcha las nuevas ideas para estimular el crecimiento económico (Baumol, Litan y Schramm, 2007).
En el capitalismo guiado por el Estado, el gobierno decide qué sectores crecerán. Motivado inicialmente por el deseo de fomentar el crecimiento, este tipo de capitalismo tiene varios escollos: inversión excesiva, elección de los ganadores equivocados, susceptibilidad a la corrupción y dificultad para retirar el apoyo cuando ya no es apropiado. El capitalismo oligárquico está orientado a proteger y enriquecer a una fracción muy reducida de la población. El crecimiento económico no es un objetivo central, y los países con esta variedad tienen mucha desigualdad y corrupción.
El capitalismo de gran empresa aprovecha las economías de escala. Este tipo es importante para la producción en masa de productos. El capitalismo empresarial produce avances como el automóvil, el teléfono y el ordenador. Estas innovaciones suelen ser producto de individuos y nuevas empresas. Sin embargo, se necesitan grandes empresas para producir y comercializar en masa nuevos productos, por lo que una mezcla de capitalismo empresarial y de gran empresa parece lo mejor. Este es el que caracteriza a Estados Unidos más que a ningún otro país.
La crítica keynesiana
Durante la Gran Depresión de los años 30, las economías capitalistas avanzadas sufrieron un desempleo generalizado. En su Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero de 1936, el economista británico John Maynard Keynes argumentó que el capitalismo tiene dificultades para recuperarse de la desaceleración de la inversión porque una economía capitalista puede permanecer indefinidamente en equilibrio con un alto desempleo y sin crecimiento. La economía keynesiana cuestionó la idea de que las economías capitalistas del laissez-faire podían funcionar bien por sí mismas sin la intervención del Estado para promover la demanda agregada y luchar contra el alto desempleo y la deflación del tipo visto durante la década de 1930. Postuló que la intervención del gobierno (mediante el recorte de impuestos y el aumento del gasto público) era necesaria para sacar a la economía de la recesión (véase «¿Qué es la economía keynesiana?» en el F&D de septiembre de 2014). Estas acciones buscaban atemperar el auge y la caída del ciclo económico y ayudar a la recuperación del capitalismo tras la Gran Depresión. Keynes nunca pretendió sustituir la economía basada en el mercado por otra diferente; sólo afirmó que era necesaria la intervención periódica del gobierno.
Las fuerzas que generalmente conducen al éxito del capitalismo también pueden propiciar su fracaso. Los mercados libres sólo pueden prosperar cuando los gobiernos establecen las normas que los rigen -como las leyes que garantizan los derechos de propiedad- y apoyan a los mercados con infraestructuras adecuadas, como carreteras y autopistas para trasladar bienes y personas. Sin embargo, los gobiernos pueden verse influenciados por intereses privados organizados que intentan aprovechar el poder de las regulaciones para proteger su posición económica a expensas del interés público, por ejemplo, reprimiendo el mismo mercado libre que generó su éxito.
Por lo tanto, según Rajan y Zingales (2003), la sociedad debe «salvar el capitalismo de los capitalistas», es decir, tomar las medidas adecuadas para proteger el mercado libre de los poderosos intereses privados que intentan impedir su funcionamiento eficiente. La concentración de la propiedad de los activos productivos debe limitarse para garantizar la competencia. Y, dado que la competencia genera ganadores y perdedores, los perdedores deben ser compensados. El libre comercio y una fuerte presión competitiva sobre las empresas establecidas también mantendrán a raya a los intereses poderosos. El público necesita ver las virtudes del libre mercado y oponerse a la intervención del gobierno en el mercado para proteger a los poderosos titulares a expensas de la prosperidad económica general.
El crecimiento económico bajo el capitalismo puede haber superado con creces el de otros sistemas económicos, pero la desigualdad sigue siendo uno de sus atributos más controvertidos. ¿La dinámica de la acumulación de capital privado conduce inevitablemente a la concentración de la riqueza en menos manos, o las fuerzas de equilibrio del crecimiento, la competencia y el progreso tecnológico reducen la desigualdad? Los economistas han adoptado diversos enfoques para encontrar el motor de la desigualdad económica. El estudio más reciente analiza una colección única de datos que se remonta al siglo XVIII para descubrir patrones económicos y sociales clave (Piketty, 2014). En él se constata que, en las economías de mercado contemporáneas, la tasa de rendimiento de la inversión supera con frecuencia el crecimiento global. Con la capitalización, si esa discrepancia persiste, la riqueza de los propietarios de capital aumentará mucho más rápidamente que otros tipos de ingresos (salarios, por ejemplo), superándolos finalmente por un amplio margen. Aunque este estudio tiene tantos críticos como admiradores, se ha sumado al debate sobre la distribución de la riqueza en el capitalismo y ha reforzado la creencia entre muchos de que una economía capitalista debe ser dirigida en la dirección correcta por las políticas gubernamentales y el público en general para garantizar que la mano invisible de Smith siga trabajando a favor de la sociedad. ■
Sarwat Jahan es economista del Departamento de Estrategia, Política y Evaluación del FMI, y Ahmed Saber Mahmud es director asociado del Programa de Economía Aplicada de la Universidad Johns Hopkins.
Baumol, William J., Robert E. Litan, y Carl J. Schramm, 2007, Good Capitalism, Bad Capitalism, and the Economics of Growth and Prosperity (New Haven, Connecticut: Yale University Press).
Hall, Peter A., y David Soskice, eds., 2001, Varieties of Capitalism: The Institutional Foundations of Comparative Advantage (Nueva York: Oxford University Press).
Piketty, Thomas, 2014, Capital in the Twenty-First Century (Cambridge, Massachusetts: Belknap Press).
Rajan, Raghuram, y Luigi Zingales, 2003, Saving Capitalism from the Capitalists: Unleashing the Power of Financial Markets to Create Wealth and Spread Opportunity (Nueva York: Crown Publishing Group).