La inflamación forma parte del mecanismo de defensa innato del organismo frente a etiologías infecciosas o no infecciosas. Este mecanismo es inespecífico e inmediato. Hay cinco signos fundamentales de la inflamación que incluyen: calor (calor), enrojecimiento (rubor), hinchazón (tumor), dolor (dolor) y pérdida de función (functio laesa). La inflamación puede dividirse en tres tipos en función del tiempo del proceso que responde a la causa lesiva; aguda que se produce inmediatamente después de la lesión y dura pocos días, inflamación crónica que puede durar meses o incluso años cuando la inflamación aguda no se resuelve, y subaguda que es un periodo de transformación de aguda a crónica que dura de 2 a 6 semanas.
La inflamación aguda se inicia tras una lesión específica que provocará que mediadores solubles como las citoquinas, las proteínas de fase aguda y las quimiocinas promuevan la migración de neutrófilos y macrófagos a la zona de la inflamación. Estas células forman parte de la inmunidad innata natural que puede desempeñar un papel activo en la inflamación aguda. Si esta inflamación no se resuelve después de seis semanas, esto hará que la inflamación aguda pase a la forma crónica de inflamación con la migración de linfocitos T y células plasmáticas al lugar de la inflamación. Si esto persiste sin recuperación, se producirá daño tisular y fibrosis. Otras variedades de células, como los macrófagos y los monocitos, desempeñan un papel tanto en la inflamación aguda como en la crónica. En este artículo, hablaremos de la «inflamación aguda».