No estamos tratando de defender la mentira. Pero sí queremos transmitir la idea de que ser sincero, todo el tiempo con todo el mundo sin importar nada, tampoco es la mejor idea. A no ser que busquemos meternos en situaciones tensas.
¿Ser sincero o ser maleducado?
Los psicólogos han adoptado el término, en tono de broma, de sincericidio para definir el comportamiento de una persona que se cree honesta y valiente y, por tanto, es sincera con los demás. No tienen ningún tipo de filtro, cuando quizás los demás ni siquiera les han pedido su opinión. Esta nueva palabra se refiere a un suicidio -de forma abstracta- por pasarse de la raya con la verdad.
Este acto suele ser visto como algo desconsiderado, sin tacto y verbalmente irresponsable. El sincericidio acaba desarrollando conflictos en su entorno. Puede parecer un comportamiento descortés, y ciertamente podría ser considerado como tal.
Para no quedar mal con todo el mundo, lo ideal sería evaluar previamente lo que vamos a decir. Calcular si la persona que va a recibir el mensaje está preparada para digerirlo emocionalmente.
¿Cuántos de nosotros no nos hemos sentido brevemente molestos porque alguien nos diga que no llevamos el mejor traje o que ha visto a nuestra ex con otra persona? Sin embargo, encontrar el contexto y el momento oportuno y saber contenerse, se convierte en una virtud que debemos saber valorar. Hay ciertos comentarios que son simplemente innecesarios o que se pueden decir en otras circunstancias.
Ser sincero endulzando la verdad
Todos tenemos derecho a conocer la verdad, pero también tenemos derecho a poner nuestros propios límites a este conocimiento. Lo ideal es que, como adultos, seamos emocionalmente fuertes y aceptemos las incomodidades de la vida. Así, podremos actuar desde una posición justa.
El problema es que la verdad, en determinadas ocasiones, puede doler mucho. No todo el mundo está preparado para recibir ciertas noticias de carácter muy negativo o dramático.
Imagina que te han diagnosticado una enfermedad grave, ¿te gustaría saber si vas a morir? ¿Preferirías que la verdad permaneciera oculta o querrías saber cuánto tiempo te queda? ¿Cómo te gustaría recibir esas malas noticias?
Como ya hemos dicho, es bueno que nos formemos para poder afrontar todo lo que la vida nos depara. Pero no es menos cierto que a veces es mejor que la verdad sea endulzada. De la misma manera que lo hacemos con los demás para regular el impacto de nuestros mensajes.
Si somos capaces de mostrar empatía por la otra persona, seremos lo suficientemente cautelosos para no perjudicarla. Encontraremos las palabras correctas, siempre que no digamos todo lo contrario a la verdad.
El arte de la sinceridad
Ser sincero sin convertirlo en sincericidio es un arte. Implica ponerse en el lugar de la otra persona, saber si las circunstancias son óptimas para que reciba la verdad. Además, utilizar las herramientas verbales y no verbales adecuadas es clave.
El psicólogo Rafael Santangreu dice que para estar a gusto con uno mismo hay que decir siempre la verdad. Pero, no ocurre lo mismo con los demás. Es decir, no debemos autoengañar la verdad que ya conocemos, porque caemos en el autoengaño. Esto no nos permite afrontar la vida de forma satisfactoria.
Es importante que tengamos cuidado entre decir la verdad y dar una crítica excesiva. No es lo mismo decir algo sincero como «No has tenido una muy buena sesión con tu paciente» que decir «Eres un psicólogo horrible, deberías dejar esta profesión para siempre».
Cometer un sincericidio con nosotros mismos tampoco es la mejor de las opciones. Como se aplica a cualquier otra parte de la vida, la virtud puede encontrarse en el punto de equilibrio.