Ayer escribí : «Whit’s Fur Ye’ll No Go By Ye» en torno a un tema de resiliencia y preguntándote qué herramientas tienes para ello.
Otro es «esto también pasará», que me recordaron hoy en torno al mismo revés personal reciente que me hizo escribir el post de ayer.
Hoy comparto la fábula detrás de la frase, que tiene orígenes en el folclore sufí y hebreo. Me parece una sabiduría profunda, palabra que suelo definir como «algo conciso que, una vez que lo escuchas, sientes que siempre lo has sabido». Intuyo que esta frase, en diferentes formas e idiomas, es tan antigua como la humanidad.
Espero que esta historia te sirva de anclaje y puedas llevarla como tótem para los momentos en que necesites resiliencia.
«Un día Salomón decidió humillar a Benaiah Ben Yehoyada, su ministro de mayor confianza. Le dijo: «Benaiah, hay un cierto anillo que quiero que me traigas. Deseo llevarlo para Sucot, lo que te da seis meses para encontrarlo.»
«Si existe en algún lugar de la tierra, su majestad», respondió Benaiah,
«Lo encontraré y te lo traeré, pero ¿qué hace que el anillo sea tan especial?» «Tiene poderes mágicos», respondió el rey. «Si un hombre feliz lo mira, se pone triste, y si un hombre triste lo mira, se pone feliz». Salomón sabía que no existía en el mundo un anillo semejante, pero quiso dar a su ministro una pequeña muestra de humildad.
Pasó la primavera y luego el verano, y todavía Benaiah no tenía idea de dónde podía encontrar el anillo. La noche anterior a Sucot, decidió dar un paseo por uno de los barrios más pobres de Jerusalén. Pasó por delante de un mercader que había empezado a colocar la mercancía del día sobre una alfombra raída. «¿Por casualidad has oído hablar de un anillo mágico que hace que el portador feliz olvide su alegría y el portador de corazón roto olvide sus penas?», preguntó Benaiah.
Observó cómo el abuelo sacaba un simple anillo de oro de su alfombra y grababa algo en él. Cuando Benaiah leyó las palabras del anillo, su rostro estalló en una amplia sonrisa. Aquella noche, toda la ciudad dio la bienvenida a la festividad de Sucot con gran fiesta.
«Bien, amigo mío», dijo Salomón, «¿has encontrado lo que te envié a buscar?». Todos los ministros se rieron y el propio Salomón sonrió. Para sorpresa de todos, Benaía levantó un pequeño anillo de oro y declaró: «¡Aquí está, majestad!». En cuanto Salomón leyó la inscripción, la sonrisa desapareció de su rostro. El joyero había escrito tres letras hebreas en el anillo de oro: gimel, zayin, yud, que iniciaban las palabras «Gam zeh ya’avor» – «Esto también pasará»
En ese momento Salomón se dio cuenta de que toda su sabiduría y su fabulosa riqueza y su tremendo poder no eran más que cosas efímeras, pues un día no sería más que polvo»
O, como dirían los estoicos romanos: «Memento Mori»
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